domingo, 7 de marzo de 2010

Purcell Lodge, powder in nowhereland.



Saludos desde Canadá..

Bueno, bueno, bueno, nos os vais a creer hasta donde hemos llegado. Hoy hace ya 12 días que tuve una caída tratando de desvelar los secretos del Snowboarding que me ha dejado condenado a chupar banquillo.
Empecé hace once meses limpiando platos y recortando cocineros entre fuegos y vajillas en Vancouver; me pasé al granito y los bosques húmedos de Squamish para disfrutar del vacío; de allí nos enrolamos en el divertido mundo del piker y entre escaleras y copas de árboles pasé el veranito ahorrando para pasar calentito el inviernito; luchamos contra las hordas de mosquitos y conseguimos salir ilesos del laberinto helado del Mount Baker en Washington . Seguidamente y sin perder el ritmo comenzamos las andaduras de las Rockies entre paredes heladas perdidas en ningún sitio y laderas de nieve tan vírgenes que la tal María se queda a la altura del betún. Todo ello aliñado con un sabor fuerte a motor Ford del setenta y seis, llamado Retales. Ahora, cuando me encontraba en el capítulo de: Técnicas y curiosidades para la práctica del snowboarding, me he roto.

No os preocupéis, ya estoy mejor, me he afeitado y ha vuelto la cordura a reinar en mi maltrecha cabeza.

Comencé con ganas, haya por el 25 de diciembre, las clases prácticas y tras un inicio deslumbrante y sorprendente, a media mañana descubrí yo solito una de las curiosidades de este deporte. A diferencia del esquí, en el mundo de la tabla, existe un tipo de caída muy desagradable, generalmente seguida de un cuadro de dolor instantáneo y con localización variable dependiendo del lugar de tu cuerpo que hayas estampado contra el suelo. Es un tipo de caída traicionera, que siempre busca el momento más inadecuado para surgir. Resulta que, en cuestión de milimicras de segundo y con la luz del bello paisaje todavía atravesando tu pupila, estás estampado contra la nieve como si una mano de gigante te hubiera cogido de los pies y hubiera querido matar a una mosca, también gigante, con tu cuerpecito carnal.

Ejemplo de bello paisaje: Hermit range desde Coperstain.

Si lo pudiéramos pasar a cámara ridículamente lenta, apreciaríamos con total claridad como tu cuerpo reproduce perfectamente una honda llamada: "La Descoyuntadora". Comienza en los pies y toma rumbo cráneo volviéndose más violenta y destructiva a su paso por la cadera. Antes de llegar a la coronilla sufre una deceleración en el cuello, pues tu cerebro ,que no está pensando en paisajes bellos, imprime una rigidez de urgencia a la zona baja del cráneo. Esto pretende impedir, sin éxito alguno, el impacto del mismo contra la mullidita montaña de almohadas, rellenas de plumas, que han puesto los ángeles para ti. De ahí, el dolor en el cuello, al día siguiente. Coincide con sorprendente precisión el momento en el que La Descoyuntadora alcanza la coronilla con el impacto de esta contra el suelo y sabemos también que a mayor distancia entre pies y coronilla mayor tiempo de aceleración, ergo mayor velocidad de impacto, ergo mayor ostión, ergo mayor descoyuntamiento. Sabemos que llevar casco previene con abrumador éxito el dolor de cráneo y más aun cuando luces una siempre reluciente coronilla. Por ello decidí esperar, pasar el resto del día “take it easy” realizando bajadas por terrenos asequibles y disfrutando del mundo seguro, hasta la llegada de mi casco desde España.

Con magulladuras y dolores varios por toda la carrocería y problemas de saturación en la centralita. Otro acontecimiento de notoria importancia se presentó y no me refiero a la Navidad. El caso es que la Retales ya no está con nosotros, pues ahora pertenece a Bill, el pescador. Debe su sobrenombre a su afición a la caña, que por estos lugares lo llaman ir de pesca. El tipo es un entendido en peces y caminos y entre preguntas y rarezas de peces llegamos a un acuerdo. Le regalé por mil trescientos dólares a la Señora Retales y él aceptó gustosamente, brindamos con cerveza por la satisfacción de ambas partes y cerramos el trato. Otra pena que tatuará, para siempre este recuerdo en forma de autocaravana a todo color.


Venta de Retales, Bill, el que suscribe y el coleguita.

Sin tiempo para encajar sensaciones y confusos por la mezcla de sentimientos anduvimos entre recetas de cocina, supermercados y cenas. Días de descanso que nadie se atrevió a cuestionar y todos supimos disfrutar excepto nuestra querida Kirsten. En el último día de esquí sufrió una serie de caídas que fueron debilitando su ligamento anterior cruzado de la rodilla derecha . Sufrió una fuerte hinchazón justo tres días antes de nuestro gran viaje en helicóptero que la obligaba a descansar durante cuatro semanas, según los médicos. Aun así disfrutamos de una copiosa cena de navidad entre Canadá y España.

Al final tuvo que probar su rodilla, ¿Quien podría resistirse?.

Casi cuatrocientos metros de cascada en la puerta de la Reti.

Hacía dos semanas, durante los preparativos de nuestro viaje a Weeping Wall, del cual ya os hablaré en futuras entradas, Kirsten recibió un email donde la proponían pasar 12 días a los cuidados del Purcell Lodge. Transporte en helicóptero y la libertad de vivir durante doce días rodeado de montañas a cambio de mantener todo como tiene que estar. No hizo falta discusión alguna para saber que el grueso del equipo estaba de acuerdo en pasar año nuevo rodeados de naturaleza en estado puro. Tengo que decir que vivir en un hotel para cincuenta personas, con cocinón, chimenea, sauna, Internet, calefacción y constantemente nievón pierde romanticismo, pero como de romanticismo vamos sobrados en este viaje, nos hemos dado el súper lujazo. El caso es que entre escaladas, despedidas y navidades el tiempo paso rápido y así llegamos al día veintisiete de diciembre.



A vista de pajaro.

Que suenen las trompetas.



Comandante Rulin pa lo que haga farta mi arma.


No hay mucho hueco en un helicoptero y con poco lo atascamos, Paul es el barbas.

Allí estábamos los tres, a las nueve de la mañana atonitos y sonrientes mirando el pajaro metalico. Un frío intenso de amanecer no lograba penetrar en nuestros sentidos y toda la atención se enfocaba en el helicóptero que nos trasladaría, con la comida al interior de las Montañas Purcell.

Plano de las montañas calvas y sus descensos.

Las Purcell forman parte de las Montañas Columbias y lindan en su parte oeste con el parque nacional Yohoo y al oeste con el Parque Nacional de los Glaciares. Justo en la divisoria noreste se encuentra este pequeño hotel de montaña, para gente con billetes en los bolsillos. Aislada entre valles, se encuentra la Bald Range Mountains o lo que es lo mismo para que todos nos entendamos, las Montañas Calvas. La idea se le ocurrió a un tal Paul hace veinticinco años y ahora, cansado de trabajar, lo ha vendido. De vez en cuando colabora, el resto del tiempo disfruta con su mujer del helicóptero, que tiene aparcado en la puerta de casa. El tío Paul, como habréis podido comprobar, de tonto tiene poco y eligió un privilegiado emplazamiento para construir su hotelito. Debido a la orografía del valle en su parte oriental , donde las montañas son achatadas y con pocas formaciones rocosas, típicas de estas elevaciones, la práctica del esquí de travesía y el helieski son casi perfectas. Por descontado que las precipitaciones de nieve ayudan a que la calidad de esta sea casi siempre polvo.


Bald Mountains, praderas a 2.000 m.

Foto aérea de los edificios.

Tras unas indicaciones básicas sobre la anatomía y cómo montar en helicóptero, por fin despegamos hacía lo que iban a ser unas vacaciones del murmullo.

Amanecer desde el aire.

Mantener todo como debe de estar incluía tareas tales como, limpiar y despejar de nieve los accesos al Lodge, al helipuerto, a los tanques de propano y edificios contiguos; realizar diariamente chequeos de niveles y temperaturas para prevenir congelaciones en tuberías; comunicaciones vía radio, todos los días a las nueve de la mañana para pasar revista y pasar parte metereológico de la zona. La verdad que el tío Paul se lo curró bastante y daba gusto ir descubriendo día a día como y porque era posible el funcionamiento del Lodge en mitad de la nada.


Limpiando cornisas, el montoncito de nieve antes estaba arriba.

Esa cocinita.


Cena de nochevieja.


Nada como el calorcito del hogar.

Cuando el pajarito aterrizo tras diez o quince minutos de vuelo, nos esperaba la pareja que había estado desarrollando nuestro trabajo, las dos semanas anteriores. Cuando llegan las nieves y antes de que empiece la temporada Paul se encarga de organizar a los “caretakers” o cuidadores, para que haya movimiento siempre en las inmediaciones. Como máximo te dejan estar allí arriba unos doce días, que no está mal, pero siempre este tipo de cosas saben a poco.

Mt. Sir Donald, 3.284 m de puro salvajismo.

Después de haber pasado las últimas semanas haciendo conjeturas sobre como sería el edificio y la zona, nos llevamos una sorpresa cuando descubrimos las dimensiones del nuevo barrio.
Jamás nos hubieramos acercado a la realidad. Básicamente se trataba de pasar doce días tratando de hacer los mejores descensos de tu vida. No penséis que estoy exagerando pues todos aquellos seguidores del ski en general, saben cuales son las condiciones en España. El hielo por general hace su aparición en los descensos, las rocas y piedras asoman silenciosas y ansiosas por llevarse la suela de tus tablas. En ocasiones, tirando a muchas, las tablas viajan en el macuto hasta altitudes donde la nieve aguanta el castigo del calor. Que coincidan buenas condiciones con un fin de semana es una rareza tal, como encontrar un bar de tapas en el centro de Calgary. Por todo ello la realidad del esqui en España se podría decir que es complicada y siempre con mucha ilusión esperamos de la nueva temporada que sea la del paquetón final. Los años pasan y ese paquetón nunca llega y tenemos que salir de nuestras fronteras para encontrar calidades y espesores mayores. Imaginaros que después de tantos años en busca de las mejores condiciones del manto nivoso, un helicóptero te suelta en mitad de un inmenso desierto blanco, al cargo de las labores del palacete del tío Paul. Todavía me sonrió cada vez que lo pienso.


¡¡Hola!!, ¿hay alguien por aquí?. Mt Avalanch (izq) y Mt Mc Donald (Dch).


Otra cumbre, otro descenso.

Paul comenzó a enseñarnos el funcionamiento básico de las instalaciones e intento en una visita relámpago por pasillos, habitaciones, salas y alrededores que nos hiciéremos una idea de cómo funcionaban las cosas en el Lodge. El caso es que asintiendo siempre con la cabeza y dejando caer algún que otro: - OK, no problema. En unos veinte minutos ya estábamos enfrente del helicóptero otra vez para despedirnos. En este caso la despedida era de las que una calma y serenidad total, sumergen tu cuerpo en un ambiente de relax y despreocupación por el peso que te quitas de encima.

Como diría Celia Cruz de este atardecer: - ¡Qué bellesa, qué bellesa!.

El piloto encendió el motor y el rotor tardo pocos segundos en dibujar extraños movimientos en el aire. Mientras se elevaba ligeramente hacia atrás un torbellino de nieve se levantó y golpeo nuestras caras incrédulas ante tanta belleza. Con un leve movimiento de muñeca y al más puro estilo Benedicto XVI, una sutil sonrisa, ligeramente caída hacia la mejilla derecha y gritando a viva voz: –No os preocupéis por nosotros, ya os llamamos cuando se nos acabe la comida en un mes, gracias. Nos despedimos del hombre que había hecho realidad “el sueño”.

Lo último en Prêt-à-porte, colección invierno 2010.

Un cielo azul y nítido reinaba ese día y la nieve brillaba y centelleaba en las laderas sur y este de los alrededores. Extensas campas se extienden de norte a sur siguiendo la cuerda de picos. Una gran barrera de picos recortados, cual corona divina, hace las veces de limite entre el Parque Nacional de los Glaciares y nosotros. Están tan cerca que si extiendes la mano puedes surcar con tus dedos todas las cumbres. Líneas verticales y rectas empiezan a dibujarse entre sus aristas y corredores. Un sinfín de posibilidades empiezan a atormentar mi cabeza.

– "Por favor, solo pido que el tiempo acompañe a tan interesante escenario".

Es lo que tiene ser árbol y vivir en un collado.

El tiempo no acompañó todo lo esperado y de doce días, ocho estuvo nevando. Una mala visibilidad y un alto riesgo de avalanchas fueron compañeros del día a día en los alrededores. Curiosamente comentar que en algunas ocasiones, el manto nivoso era más inestable en la línea de árboles que en zonas alpinas. Tuve experiencias con avalanchas en algunos descensos buscando la protección de los árboles. Para mi eran experiencias nuevas y necesitaban de recapacitación y estudio. Comprobé la inestabilidad del manto con precipitaciones mayores a quince centímetros y desde luego puedo decir que toda ladera con inclinación mayor a 45º cae con mucha facilidad antes de la transformación.


Avalancha de 20 m de ancho y una carrera de 200 m, elevó mis pulsaciones hasta la franja roja.

Lo último en técnicas de grabado.

Las prácticas sobre búsqueda de sepultados en avalanchas no tardaron en llegar. El equipo se puso las pilas localizando "al sepultado" en menos de quince minutos en los diferentes ensayos. Durante doce días el ARVA formó parte de nuestro material diario. La palabra proviene del francés y se define como Appareil de Recherche de Victimes d´Avalanche, y es un inventazo en estos casos. Básicamente es un emisor receptor de radio y para que realmente sea efectivo siempre tiene que ir acompañado de una sonda y una pala. Una vez hay una victima, el tiempo corre en contra y cada minuto disminuye las posibilidades de encontrar supervivientes, por ello tener claro los procedimientos es una cuestión primordial.

- "Tralarirori", que descensito por árboles nos espera.


¿Te gusta la travesia?.

Llegó año Nuevo y entre bestiales descensos, practicas de saltos y tareas de mantenimiento llegaron los reyes y con ellos el sol. Magnifico amanecer el de aquel día, tonos rosados teñían las laderas mientras Lorenzo asomaba con toda su generosidad. La luna atónita ante tanta magia renunciaba a abandonar las tablas y a media cara nos regalaba su pincelada.

Amanecer de reyes.

Poco a poco esos tonos rosados y violetas siempre asociados a ambientes gélidos fueron difuminándose en calidos colores. Amarillos y naranjas se unieron a la gama antes de que definitivamente el blanco inmaculado reinara por el resto del día. Con mucha ilusión por los dos últimos días de sol, salimos a surcar onduladas líneas y entre fotos, videos y frases tales como: - ¡mira, mira que pasada!. Llegamos a la mañana del día ocho. Por desgracia no se habían olvidado de nosotros y puntual, a las ocho y cuarenta y cinco minutos, el helicóptero asomó por el mismo collado. Un estrepitoso ruido inundó el valle y entre miradas de tristeza fuimos asimilando que, el sueño, llegaba a su fin. Despertamos totalmente cuando, ya en Golden, el dinero entró de lleno en nuestras vidas, de nuevo.

Copperstain al alva, 2.608 m.

Tras un día de descanso y organización comenzamos con hielos fáciles y familiares para ir rompiéndolo a placer. La llegada de Iris desde España iba a rellenar el hueco que Kirsten dejaría días más tarde. Decidimos ir a pistas y como ya tenía mi casco y dos profesores, me animé a dar la segunda clase de snowboard. Jose y Rafa son dos chavales de Tres Cantos que también andan en su periplo invernal por Golden. Se han venido para acá en busca de la meca del polvo y de momento no hay día que fallen. Tenía fresca la sacudida de "La Descoyuntadora" en mi mente, pero tras la nevada de la noche anterior las condiciones de la estación incitaban a jugar. De nuevo tenía claro los movimientos y los fuera de pista con "nievón" iban aumentando mi confianza. Tengo que decir que la postura del snowboard es clavada al surf y la sensación en el descenso es totalmente diferente al esquí. Son sensaciones diferentes que desde luego aconsejo experimentar a todos los esquiadores que siempre rechazan este deporte y entre los que yo me encontraba.


Cremallera de 600 m al Coperstains.

Tampoco vayáis a pensar que ahora voy a colgar las tablas, sigo pensando que la utilidad y posibilidades de estas en invierno dejan al snowboard relegado al mundo del telesilla. A las dos de la tarde me encontraba haciendo giros en la parte baja de la estación, el resto venía por detrás jugueteando con los laterales de la pista. Iba rápido cuando se me paso por la cabeza probar un giro que no me había salido hasta el momento. Lo que viene siendo un contracanto en el argot técnico, desencadeno una "Descoyuntadora". En pocos milisegundos y con la luz del bello paisaje atravesando mi pupila, hizo que golpeara con mi cabeza y hombro izquierdo, la pista. Un dolor agudo se localizó en mi hombro, por unos instantes me retorcí sobre mi cabeza gritando para desahogar tanta presión. Cuando recobré el aliento intente mover el brazo y note que la clavícula saltaba de posición. Lo que descubrí cuando me toqué con la mano dejaba pocas posibilidades a un simple golpe, pues una nueva protuberancia se adueñaba de mi hombre. Cogí mi tabla y comencé a andar pista abajo para reunirme con los otros, ya que no se habían dado cuenta de mi caída. El negro me llamó por la radio al notar mi tardanza y el resto de la historia se desarrolló entre ambulancia, hospital y una maravillosa bombona del gas de la risa que no pude llevarme a casa.